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domingo, 10 de julio de 2011

Elecciones: ¡última llamada!

Elecciones: ¡última llamada!
Guillermo Almeyra
tomado de la jornada Mex
L

as elecciones en el estado de México han sido una prueba muy importante que indica mucho sobre la actitud política de los trabajadores mexicanos. En realidad, desde hace rato que la mayoría de ellos vota con los pies, emigrando a un país que los explota, los discrimina, les paga salarios inferiores por los peores empleos o subcalifica la preparación y el nivel cultural de los trabajadores especializados para pagarles siempre menos que a los nativos. Desde hace décadas, millones de mexicanos –los más jóvenes y audaces– prefieren pagar sumas enormes a los polleros, correr el riesgo de morir en el intento de ser explotados si consiguen ingresar en el mercado laboral de la principal potencia imperialista porque no ven en México perspectivas de un cambio social ni siquiera a mediano plazo, y no confían en nada ni en nadie. De este modo, el principal movimiento social actual en México por su magnitud –la migración– expresa escepticismo, resignación y una aceptación masiva de los valores capitalistas.

Ni siquiera la peor crisis capitalista en la historia mundial y el empeoramiento extremo de la situación de los indocumentados en Estados Unidos han reducido esta sangría de la población económicamente activa mexicana en todos los sectores de la misma (trabajadores calificados o sin calificación, indígenas o mestizos, de Chiapas, Yucatán y Veracruz, o de Guerrero, Michoacán, Jalisco, Coahuila, Sonora). La enorme abstención, incluso en las más importantes elecciones (como las nacionales o la reciente en el Edomex), expresa una mezcla de ausencias del lugar de voto a causa de la migración, de desinterés político, de desmoralización y resignación y, por último, del anarquismo del atraso y la impotencia (son todos iguales, mejor sacar algo del voto que no sirve para nada).

Por tanto, cuando la abstención llega a 57 por ciento del padrón electoral, como sucedió en el estado de México, es erróneo atribuir sólo al fraude la derrota del candidato que prometía un cambio. El repudio generalizado no abarca solamente al gobierno y al Congreso, sino a todos los partidos y, aunque Encinas o López Obrador, por supuesto, son muy diferentes a los chuchos, son pocos los ciudadanos informados sobre la batalla que ellos tuvieron que librar para que el PRD no apareciera nuevamente unido al PAN, y en cambio, son muchísimos los que los ven como políticos del PRD (sin distinguir ni diferenciar nada), y ven al PRD como un partido palero del PAN y aliado en buena parte del país con los mismos que dice combatir.

El breve momento de esperanza en el partido del sol azteca duró hasta el gobierno del ingeniero Cárdenas en el DF, hasta el de su hijo Lázaro en Michoacán o el de Amalia García en Zacatecas, y hasta el desastre en Guerrero con el de Zeferino Torreblanca. Hace rato que esa visión positiva se esfumó y que el mismo apoyo mayoritario que tuvo López Obrador en 2006 es hoy bastante menor, aunque esté mejor organizado. Por eso la izquierda institucional no logra siquiera movilizar, como en 1988 o 2006, gran cantidad de ciudadanos que rechacen la imposición, la corrupción de conciencias, el fraude y la ilegalidad, y defiendan los espacios democráticos. Por esa razón no puede superar el fraude y la compra de votos, que forman parte esencial de toda elección mexicana desde el nacimiento del Estado (salvo en los periodos en que el PRI tenía por la fuerza el monopolio de la actividad política institucional o se creaba su propia oposición, como el PPS de Lombardo Toledano).

Andrés Manuel López Obrador está hoy con los pies en los estribos de dos caballos diferentes y divergentes. La recuperación del PRD, en efecto, demostró con creces ser imposible. Y la construcción del Morena (apenas iniciada) tendría perspectivas, pero está trabada por el verticalismo y decisionismo de la dirección y por la falta de independencia, creatividad y militancia política cotidiana de sus integrantes, los cuales son, en realidad, una masa de apoyo electoral en un país donde la vía del triunfo en las urnas para llegar al gobierno es absolutamente utópica e impracticable.

Tiene razón López Obrador cuando declara su esperanza sólo en una insurgencia popular pacífica, pero ésta se da, como en los países árabes, por problemas y reivindicaciones concretos: sociales, económicos y democráticos, que movilizan a todos y por los cuales vale la pena jugarse. Pero, al mismo tiempo que formula esa esperanza, nada se hace para demostrar a la gente común que el capitalismo ni es natural ni es eterno, y que es posible superarlo a condición de comprender que lo político va mucho más allá de la política a secas y de organizar bajo la forma de la autonomía, de la autogestión y de la independencia del aparato estatal (que incluye partidos y parlamentarios muy bien pagados por el presupuesto central).

O la organización popular asume otras características y otras tareas, en plena independencia del Estado y en total contacto con las luchas y reivindicaciones populares, aprendiendo de ellas y a la vez organizándolas y enseñándoles, o sigue siendo un instrumento de apoyo para un combate electoral, viciado desde ya y desde siempre, y sin perspectiva alguna.

Existe, por supuesto, la necesidad de contar con una sigla reconocida, unafranquicia comercial-política, que el PT o Convergencia podrían vender muy cara, pero Morena o la OPN del Sindicado Mexicano de Electricistas y otros gremios si crecieran en forma independiente de los partidos no sólo se deslindarán de ellos y aparecerán más creíbles ante la población, sino que también podrían convencer a una parte importante de ésta a movilizarse también en el plano electoral. Morena, por ahora, es una oruga, prendida a la rama seca del PRD. ¿Seguirá siendo un gusano prometedor o trascenderá y se convertirá en hermosa mariposa? O, de modo menos cursi, ¿habrá una ruptura en la política mexicana y una clase trabajadora independiente se formará en la acción?